martes, 26 de abril de 2016

Cicuta



Un ciudadano cualquiera abrió la puerta y se encerró en su cuarto. Había sido un día muy duro en la oficina, y su mente le susurraba desde hacía horas que necesitaba un descanso. Dispuesto a concedérselo, se acostó sobre la cama. Su rosada tez se volvió blanquecina. Su cuerpo, acostumbrado a pelear en duras batallas, sucumbió en su lecho, y fue tornándose rígido a medida que los minutos transcurrían incesablemente. Sus manos… ¡Oh! Sus manos. Frías. Más frías. Heladas. Se enfriaban a medida que le quemaba su propio ser. Fugacidad, pensó. Ciertamente, somos entes fugaces. Como una estrella fugaz. La ves, pides un deseo y desaparece. Sólo perdura el deseo. Del mismo modo, cuando morimos, sólo perdura el recuerdo en aquellos que apreciaron nuestro fugaz paso… Poco a poco, su cuerpo continuó apoderándose de él. La sensación de ahogo era constante. Fue fallando la respiración. Un último suspiro…

Se despertó. Otro día, a la misma hora. Tenía cuarenta minutos antes de que diera comienzo su velatorio. Tomó un café con leche, y se apresuró hacia su continua defunción.

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© De tanto beber de tus lagunas de memoria
Maira Gall