lunes, 25 de enero de 2016

Vida nueva


Hay momentos en la vida que te hacen cambiar. O, al menos, que te incitan fuertemente a ello. Todos pasamos muchas veces por ellos a lo largo de nuestra vida. Algunos más que otros, claro.
Soy un poeta maldito. Siempre lo he creído así. Lo de poeta lo tengo más o menos claro, lo de maldito no tengo ninguna duda. Mi vida nunca ha sido un camino de rosas, ni nunca lo será. Pero bueno, no es que me importe en absoluto. No quiero ser normal, nunca lo he querido. Así que considero que éste es el precio a pagar.
Lo que sí que debería corregir de mí mismo es esa manía que tengo de jugar a ser dios. De llevarme al límite. Mi cuerpo está castigado, y mi mente está castigada. Vivo con un ritmo de vida muy elevado, demasiado.
Aunque no le tenga miedo a la muerte, no me apetece forzar la situación. Quiero disfrutar de mis proyectos de futuro. Y ya no sólo es por mí, es algo que se merece mucha gente.

A todos ellos, les prometo aprender de mis errores. Por encima de dios, sigo siendo humano.

martes, 19 de enero de 2016

Mi esencia

Mi esencia, o el detective que nunca desiste. Aquel que siempre quiere saber más. Aquel que mata por llegar a lo más profundo de la cuestión, luchando contra viento y marea cuando las circunstancias son adversas.
Mi esencia, o el gato que se arriesga por curiosidad. Aquel que trepa a los árboles y se esconde esperando encontrar su ración de ser. Aquel que persigue al ratón no por hambre, sino para comprobar cómo actúa.
Mi esencia, o el foco de luz batallando contra la ciega oscuridad. Aquel que lucha por instalarse en su pequeño rinconcito. Aquel que consigue potenciar los colores del resto de objetos, sin saber muy bien de dónde procede él mismo. Aquel que sigue añadiendo luz, porque el hombre lo ha hecho así.

Y, de tanta luz, todo se tornó blanco.

miércoles, 13 de enero de 2016

"Déjame morir contigo"


Y nos besamos hasta el amanecer. Ella, enfermera. Yo, explorador, que intentaba descubrir los restos de una pasada civilización mártir surgida debido al conflicto bélico imaginario engendrado en mi propio ser. Aquello, que pudo durar días, reproducido en segundos; sus besos, que pudieron durar segundos, reproducidos durante horas. La frustración de todo lo acontecido nos había empujado hacia la desesperación; y, en esta misma desesperación, los dos solos, nos habíamos sentido como en casa. El tiempo avanzaba lentamente en mi mundo exterior; sin embargo, en nuestro mundo interior, éste permanecía callado e inmóvil, como si no quisiese molestar.
Mi amor se traducía en llanto, en garra, en crispación. En no saber cómo actuar. Estaba solo; el resto del pelotón había fallecido. Las heridas, todavía no cicatrizadas, me habían salvado de la muerte. Sólo podía contemplar con resignación y aceptar aquel cuerpo que se erigía como mi única vía de escape.
Poco a poco, me invadió la felicidad. Aquel alma tan pura, que me había salvado previamente de las garras de la muerte, empezó a crear su propio mundo alrededor de él. Ya no existía la guerra. Tampoco existía la paz. No existía nada, y existía todo. Aquel escenario bélico se tornó precipicio; aunque éste, en comparación con aquello, se nos mostraba como un camino de rosas.
"-Coge carrerilla -me dijo."
"-¿Por qué? -pregunté, extrañado."
"-Si confías en nuestro amor, si confiamos el uno en el otro, podremos saltar y echar a volar -me contestó."
 Cogimos carrerilla, cogidos de la mano. Empezamos a correr. Ella saltó. Yo, me paré en seco. Aquel camino de rosas se volvió precipicio. Ella cayó por él. Yo no cumplí mi palabra. Ella murió. Yo, la maté.
Salí corriendo, intentando no mirar atrás. A cada paso que daba me acordaba de sus palabras. De su voz, de sus besos, de su piel, de sus caricias. Antes me había salvado de la muerte; ahora estaba muriendo en vida.

Y se hizo la luz. Y todo había terminado.

domingo, 10 de enero de 2016

El adiós definitivo

"Yo no sé quién fue mi abuelo; me importa mucho más saber qué será su nieto"
  - Abraham Lincoln

Hoy he tenido un cambio muy importante en mi vida: me he despedido de una persona que durante cuatro años y medio lo ha sido todo para mí. Ya habíamos roto relaciones, pero hoy se ha dado el adiós definitivo. Por si lo lees, te repito lo que te he dicho: gracias por todo.
A mi buen estado actual acabo de añadirle tranquilidad, libertad (que ya había olvidado lo que era ser libre) y felicidad. Una felicidad intensa, conseguida por dos motivos: el primero, por el hecho de haber tenido el valor de afrontar una decisión tan importante como ésta (el qué). El segundo, y no menos importante, por haberla afrontado de acuerdo con los principios éticos que trato de representar y con la elegancia que intento que me caracterice (el cómo). Y es que para maximizar la satisfacción provocada por aquello que conseguimos no sólo hemos de conseguirlo, sino que hemos de conseguirlo siguiendo unas determinadas pautas que nos marcamos internamente.
Vamos a explicar esto con un ejemplo: supongamos que un atleta consigue ganar una maratón después de haberse inyectado EPO. Por una parte puede estar contento; ha conseguido ganarla. Pero siempre le quedará la duda de qué hubiese pasado si no hubiese consumido esa sustancia: ¿sería capaz de haber ganado igual? Por tanto, su felicidad ya no podría ser máxima, dado que sabe que ha infringido las reglas y ha ganado gracias a ello. Y eso sin tener en cuenta que igual, por culpa de esa sustancia dopante, ha evitado que otra persona que se había preparado más a conciencia y de manera más limpia ganase la carrera. Menos mal que existen los controles antidopping...
Siguiendo mis principios, había preparado el escenario de la siguiente manera: quedábamos para tomar un café (que pensaba pagarlo yo, ya que era mi proposición), conversábamos sobre cómo nos estaba yendo la vida, y, ya en la despedida, le agradecía todo lo que había hecho por mí durante esta etapa pasada. Desafortunadamente, ella no ha querido verme, aunque eso no ha evitado que pudiese despedirme dándole las gracias por todo este tiempo y deseándole la mejor de las suertes en el futuro. Podría haber dejado que pasase el tiempo sin haber dicho absolutamente nada (total, ya no hablábamos), pero algo tan importante no merecía un final así.

Mi madre siempre me dijo desde pequeñito que, para hacer algo de mala manera, que no lo hiciera. Parece que me voy haciendo mayor...

sábado, 9 de enero de 2016

Cuestión de clavos

"Tan a destiempo llega el que va demasiado deprisa como el que se retrasa demasiado"
  - William Shakespeare

Nunca he sido partidario de que un clavo saque a otro clavo. Más bien, me parece una idea bastante insulsa, aunque sí que tiene su parte de eficaz. Cuando has compartido muchos buenos momentos con una persona, ya no es la persona en sí lo que te importa (que también, aunque en menor medida), sino todo lo que has vivido junto a ella. Es el hecho de haber construido un pasado, un presente y un futuro junto a ella. Es el hecho de saber que, después de haber construido con esfuerzo e ilusión tu propia fortaleza, ésta ha sido derruida y tienes que volver a empezarla de nuevo.
Y, entonces, ¿por qué sacar un clavo con otro tiene su eficacia? Bueno, por partes. Cuando tu fortaleza ha sido derruida, pasas un tiempo vagando sin rumbo; un tiempo en el que cunde el pánico y la desilusión, en el que echas de menos aquello que tenías y en el que deseas que todo vuelva a ser como antes. Hasta que, con el paso del tiempo, vuelves a ilusionarte con los nuevos frentes que aparecen en tu vida, ese nuevo terreno que tienes que explorar. Dejas de sentirte atado y comienzas a sentirte libre.
Pero bien, aquí es donde entra en juego esa segunda persona. Intentar llenar el vacío que nos ha dejado una persona con otra no es más que intentar ocultar temporalmente el proceso de regeneración de nosotros mismos. Es nuestro intento de evitar vagar sin rumbo por un terreno ya olvidado y caer en el estado de desesperación. Porque lo bueno de conocer a otra persona es que te ilusiona, y te recuerda que hay otros motivos para sonreír diferentes al que ya perdiste. Que si una fortaleza ha caído, otra puede ser levantada.
Pero no en su lugar, y éste es el gran error. No se puede empezar una casa por el tejado. Hay que esperar a que desaparezcan los restos de la primera para empezar a trabajar en los cimientos de la segunda. O elegir otro sitio, claro está. Pero no puedes iniciar una relación con otra persona pensando que ésta va a ser igual a la anterior.
Tratar de olvidar a una persona con otra es como tomarse una pastilla para el dolor de cabeza. Sientes dolor, te la tomas y te alivia el dolor. Pero, una vez que su efecto desaparece, el dolor vuelve a aparecer. Del mismo modo, cuando vas descubriendo a esta segunda persona, si sientes que no es realmente como tú esperabas que fuera, vuelves a añorar a la primera.

O no, porque el tiempo todo lo cura, y quizá ya has recordado cómo valerte por ti mismo.

viernes, 8 de enero de 2016

Con la suerte de lado

"De hombres es equivocarse; de locos persistir en el error" 
  - Marco Tulio Cicerón

He aquí un loco. Un optimista, alguien que piensa que por el mero hecho de que algo haya salido mal, no significa que no vaya a poder salir bien. Alguien que disfruta tropezando con la misma piedra porque ésta le transmite la sensación de estar viviendo. Alguien que, estando entre la espada y la pared, es capaz de caminar hacia la espada creyendo ciegamente que no se la va a clavar en el pecho. 
Y es que todos cometemos errores, sí. Y todos aprendemos de ellos, sí a medias. Saber lo que tenemos que hacer no implica hacerlo. Tras tanto tiempo, he llegado a la conclusión de que es más bonito ilusionarse con algo a pesar de sus dificultades que no ilusionarse. El trabajo realizado hasta llegar a la meta es aquello que nos define. 

Aunque encontremos la meta a miles de kilómetros.
    © De tanto beber de tus lagunas de memoria
    Maira Gall